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Una tarde lluviosa en el auto  

Azul_Zeleste 55F
3 posts
11/12/2021 10:11 am
Una tarde lluviosa en el auto

¿Sexo en el auto? Mmmh, sí, alguna vez lo hice, pero me pareció muy incómodo. Era universitaria y me reunía con los chicos del salón en el estacionamiento para beber cerveza; había salido con varios de ellos y me llevaba bien con todos. De ahí solíamos ir al cine o a bailar. En una ocasión decidimos ir a un autocinema en Ciudad Satélite. Ya no recuerdo qué película pasaban; el lugar estaba casi vacío y el sonido era pésimo, pero a mis amigos les fascinó una escena en que los protagonistas tenían sexo en el asiento trasero de un auto. Apenas la vieron comenzaron a hacerme insinuaciones, pero yo los mandé al cuerno. Estaba aburrida y sugerí que mejor nos fuéramos; estuvieron de acuerdo y nos metimos al auto. Error: estaba en el asiento trasero, flanqueada por dos de mis ex, y apenas arrancó el auto, uno de ellos pasó su brazo sobre mis hombros y otro me tocó la pierna; molesta, quité sus manos de mi cuerpo. Si estaban pensando en sexo grupal se habían equivocado de persona, por lo que les dije que si iban a estar en ese plan mejor me bajaba; estaban algo ebrios, pero finalmente se disculparon y me juraron que ya se iban a comportar.
Conocía al conductor desde la prepa y éramos vecinos, así que después de dejar a los demás cerca de Atizapán ofreció darme un aventón a casa. Acepté con gusto. Vivía con mi familia en Lago de Guadalupe, en los suburbios de la Ciudad de México, y siempre tardaba horas en llegar, por el tráfico vespertino. Así que disfruté mucho mi paseo. Era la época de lluvias, por lo que no fue sorpresa que en el camino se soltara el aguacero; cuando llegamos, la lluvia había arreciado y preferí esperar a que amainara, pero pasaron los minutos y, en lugar de terminar, parecía incrementarse. Era un espectáculo maravilloso y lo contemplamos en silencio, pues los truenos acallaban nuestra conversación. Por fortuna, vivía en la parte alta de una colina y los torrentes de agua no inundaban la casa, sino que bajaban formando verdaderos ríos. Muy pronto los vidrios del auto comenzaron a empañarse y a impedir totalmente nuestra visibilidad. Además, los relámpagos comenzaron a ponerme nerviosa; quise fumar, pero entendí que no habría manera de sacar el humo, pues la lluvia golpeaba furiosamente los cristales del auto, así que simplemente me recargué en el asiento. Mi amigo me ofreció una galleta, y mientras la comía me apoyé en su hombro. Esta vez no lo rechacé cuando pasó su brazo sobre mi hombro, pues se estaba haciendo tarde y se sentía fresco. Nos quedamos así por un instante, dándonos calor mutuamente. Sentí que apretaba mi hombro con su mano y puse la mía sobre su pecho. Percibí cuán rápido latía su corazón.
Habíamos sido novios en la prepa, pero duramos poco y nos hicimos amigos. En aquel momento me sentí a gusto recargada en su pecho. Sentía calor y protección ante los rayos. Alcanzaba a ver sus vellos saliendo de su camisa y no pude evitar tocarlos. Reímos y me apretó más. Recargada sobre él, mi brazo izquierdo descansaba sobre su pierna derecha. Yo no tenía ninguna intención, pero creo que él interpretó lo contrario, porque volteó su cabeza y comenzó a oler mi cabello. Entonces lo tenía largo, más abundante, y el champú que usaba hacía que oliera rico, como a frutas, por lo que pegó su nariz y, al mismo tiempo, su boca a mi cabello. Al sentir que me besaba el cabello levanté la cara para mirarlo, interrogante. Él nuevamente confundió mi conducta y aprovechó para acercar su boca a la mía. Se detuvo a un centímetro de mis labios y me miró. Yo tenía los ojos entornados, y cuando sentí su aliento tan cerca actué por reflejo: cerré los ojos y me humedecí los labios con la lengua. Fue como la señal de arranque para él. Pegó sus labios a los míos, primero con timidez, pero después con fuerza, y me besó largamente, como si quisiera ahogarme, pegando sus labios a los míos y después girando la cabeza una y otra vez. Literalmente me dejó sin aire y tuve que separarlo para respirar; jalé una bocanada de aire, apenas lo suficiente antes de volver a sentir sus labios. Sentí su lengua y la toqué con la mía, tras lo cual él se olvidó de timideces y metió decididamente su lengua en mi boca.
Para entonces ya no escuchaba la lluvia ni los truenos, tenía los ojos cerrados, concentrada en esa lengua invasora. En ese momento escuché que él se quitaba el cinturón de seguridad y volteaba hacia mí, que seguía con el cinturón puesto. Mientras volvía a besarme con ímpetu, con fuerza, casi rabiosamente, sentí su mano izquierda sobre mi teta izquierda y empezó a apretarla. Sentí que me faltaba el aire e instintivamente me quité el cinturón, lo que él aprovechó para desabotonar mi blusa y meter su mano por la parte superior de la blusa hasta tocar mi hombro; luego bajó la mano y la metió bajo el sostén, tocando directamente mis senos. No le costó trabajo sacar mi pecho de su guarida y pegar sus labios a mi pezón, que lo esperaba ya totalmente erguido. Todo este tiempo yo había permanecido con las manos inmóviles, una sobre su pierna y otra a mi costado, pero cuando sentí sus labios succionando mis pechos no pude seguir quieta: primero le clavé las uñas sobre la pierna, pero después subí la mano hacia su entrepierna, hasta tocar el bulto duro que bajaba sobre la pierna derecha. Apenas lo toqué, todo se desarrolló muy rápido, como un torrente de agua.
Era un auto muy chico y no había mucho espacio en el asiento trasero, así que simplemente hizo los asientos hacia atrás, bajó el respaldo del asiento y casi me recostó; después me subió la falda y, mientras me seguía besando, metió su mano bajo mis pantis. Ya estaba yo bastante excitada, pero cuando sentí sus dedos dentro mi corazón comenzó a latir aceleradamente. Creo que mordí sus labios y enterré mis uñas en su bulto. Bastaron unos pocos instantes para que su mano quedara empapada; podía gemir libremente, pues la granizada golpeaba furiosamente el auto y el sonido era escandaloso. No me dio tiempo siquiera de reponerme, pues en cuanto sintió mis estertores creyó que era su oportunidad: se abrió la bragueta, sacó su campeón y puso mi mano sobre él. Automáticamente me aferré a él y empecé a sacudirlo, arriba y abajo; pero ése no era su plan: como su brazo derecho seguía sobre mi hombro, sentí que me jalaba hacía él. No hacía falta ser un genio para saber adónde quería llegar, pero tampoco tuvo que rogarme: al ver entre las penumbras el pene erguido, majestuoso, pude percibir su<b> aroma </font></b>inconfundible, fuerte, que me impelía a acercarme para olerlo más de cerca, para impregnarme de sus aromas, para besarlo y saborearlo. Creo que hago estas cosas en automático, porque nunca supe en qué momento lo tenía ya dentro de la boca, saboreándolo, chupándolo como paleta, mordisqueándolo y succionándolo, tan diestramente que por sus movimientos entendí que no tardaba en soltar su carga. Iba a sacarlo de mi boca cuando recordé que, en otras ocasiones, apenas lo sacaba recibía los chorros en la cara, en el cabello o, peor aún, en la ropa. ¡No podía llegar a casa con mi blusa manchada!, de modo que en lugar de separarme me aferré más a él y cerré mi boca por completo alrededor de su glande, hasta sentir los pequeños chorritos que se combinaban con mi saliva. Cuando terminó, simplemente entreabrí los labios y dejé que el líquido se escurriera sobre su miembro. Mi blusa quedó impecable.
Ya no se escuchaban truenos, pero la lluvia no aflojaba. Y aunque estábamos más calmados, su miembro seguía semierecto; tomé una servilleta y comencé a limpiarlo; por pura maldad volví a agitarlo, y esto ocasionó que se despertara del todo. No puedo tener en la mano un miembro viril sin que instantáneamente quiera tenerlo adentro. Y creo que él pensaba igual: apenas sintió que su campeón adquiría mayor firmeza, hizo que me levantara, se pasó al lado del copiloto, me levantó la falda, me bajó la panti y pegó su lengua a mis nalgas. Yo estaba muy incómoda, pues no podía erguirme y tenía las piernas semiflexionadas, con las manos sobre la guantera. Él aprovechó mi postura para poner ambas manos en ms nalgas, apretándolas y apartándolas para meter su nariz entre ellas. Cuando advirtió que por mucho que lo intentara no podría meter su lengua en mi culito, porque estaba muy nalgona, hizo que me sentara encima de él. Me levanté un poquito, tomé su miembro, lo coloqué abajo de mí y poco a poco me senté sobre él. Cubría por completo mi cavidad y sentí de inmediato un gran bienestar, como si hubiera adquirido conciencia de tener un hueco en el centro de mi cuerpo y ahora lo hubiera colmado, como si estuviera completa. Lánguidamente, me levantaba y, al sentir los bordes de su glande en mis labios, me dejaba caer otra vez, con cierta lentitud, saboreando el sacarlo y volverlo a meter mientras escuchaba la lluvia afuera. Los vidrios seguían empañados, pero además ya había caído la noche. Era muy excitante estar frente a la casa, a unos metros de mis padres, en un espacio público donde cualquiera hubiera podido verme cogiéndome a un hombre, protegidos tan sólo por unos cristales empañados. Incluso podía escuchar cómo rechinaban los amortiguadores. Hubiera seguido así durante un buen rato, pero cuando sentí sus manos a los lados de mi cadera comprendí que se había impacientado y quería acelerar un poquito el proceso, así que comenzó a golpearme las nalgas con sus testículos, más rápido más rápido más, provocando que el carrito comenzara a zangolotearse, hasta que por sus gemidos entendí que estaba por venirse y me levanté justo a tiempo, porque se vino con un fuerte grito, salpicando mis nalgas, pero afortunadamente fuera de mí. Si mis padres lo oyeron, seguramente lo confundieron con otro trueno.
Estuvimos ahí todavía un rato más, sin movernos, sin asearnos, sin acomodar nuestra ropa, confiados en que la lluvia seguía protegiéndonos. Aprovechamos ese momento para fumar, hasta que la lluvia cedió. Entonces sí procedimos a bajar las faldas, a subir los cierres, y estábamos platicando cuando salió mi mamá, que iba a comprar pan. Nos bajamos del coche, y mientras él aprovechaba para saludarla, yo me metía a la casa queriendo pasar inadvertida. Desde la puerta vi cómo se despedía, entraba al auto y arrancaba. Fui corriendo a mi cuarto, me lavé la cara, por si acaso, y me cambié de ropa. Cuando mamá regresó, cenamos y entonces comenzó a preguntarme por él. Lo conocía desde que era un chamaco y siempre le pareció un chico trabajador, guapo y muy decente. A mí me parecía un tipo equis, pero ella lo consideraba digno de su hija y se desvivió en halagos para el vecino: “Ay, hija, se ve que le gustas, ¿no te ha pedido que seas su novia?, ¿por qué no le das una oportunidad? ¡Es tan trabajador, tan serio, tan respetuoso!”
Ay, mamá, ¡si supieras!...


HAMONMAN 64M
13128 posts
11/12/2021 10:27 am


very nice

Welcome to blogging


Antiguo19 56M

11/12/2021 9:27 pm

Dios mio que dura me la has puesto


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